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CRECER DESDE ADENTRO HACIA AFUERA

“Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”. 1 Pedro 2:2


Este principio simplemente es: TENEMOS QUE CUIDAR LA VIDA ESPIRITUAL DE LA PERSONA INTERIOR TANTO COMO TENEMOS QUE CUIDAR LA VIDA FÍSICA DE LA PERSONA EXTERIOR. Ambas personas, interior y exterior, necesitan alimento, ejercicio y limpieza; y ambas deben desarrollarse, deben crecer, desde adentro. Así como el bebé nace completo, con todo lo que necesita para llevar una vida normal, así el hijo de Dios nace completo en Cristo. Todo lo que lo que los hijos de Dios tienen que hacer es crecer y este crecer viene de adentro.


Supongamos, por un momento, que un pediatra le dice a una mamá que su bebé está por debajo del peso normal. Todo lo que la mamá tiene que hacer es ir al mercado, comprar kilos de buen alimento y administrárselos progresivamente al bebé. Ahora, cuando el doctor pone al bebé en la balanza, ¡el peso es el correcto, el justo!


Pudiéramos sonreírnos ante la ingenuidad de esta mamá, pero algunos creyentes en Cristo son así de ingenuos hasta que comienzan a crecer espiritualmente. Comprar un nuevo estudio bíblico, asistir a otro seminario, cargar con un impresionante “EQUIPAJE RELIGIOSO” a cuestas, NO GARANTIZA CRECIMIENTO EN MODO ALGUNO.


Sentidos espirituales

El paralelo entre la vida física y la espiritual se encuentra frecuentemente en las Escrituras. Pedro aconsejaba a las viudas cristianas que cultivaran la belleza del “del corazón” (1 Pedro 3:4) y no sólo la belleza del cuerpo. Asimismo Juan oraba para que su amigo Gayo “prosperara en todas las cosas, y que tuviera salud, así como prosperaba su alma” (3 Juan 2). El espíritu puede ser tan saludable o enfermo como el cuerpo. En la medida en que envejecemos, encontramos estímulo en las palabras de Pablo, “Por tanto, no desmayamos; antes aunque éste nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16).

Hebreos 5:14 nos advierte que tengamos nuestros sentidos espirituales en buena forma, de modo que tengamos “discernimiento del bien y del mal”.


Oído - Lo cual, entre otros, aplica a nuestro sentido espiritual del oído. Cuando Jesús exclamaba “El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 13:9), no se estaba refiriendo al órgano físico de la audición porque todo el mundo en la muchedumbre (salvo los sordos, naturalmente) podía oír lo que Él decía. Jesús se refería a la habilidad que tenía la persona interior de escuchar la Palabra de Dios y de entenderla. “El que es de Dios, las palabras de Dios oye; Jesús dijo a los fariseos”. “Por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios” (Juan 8:47). Triste es decir que algunos hijos de Dios son “tardos para oír” (Hebreos 5:11); sin embargo, que grato es saber que “Sus verdaderas ovejas oyen Su voz y Le siguen” (Juan 10:27).


Gusto - El pueblo de Dios también tiene el sentido espiritual del gusto: “Gustad, y ved que es bueno Jehová; Dichoso el hombre que confía en él” (Salmos 34:8). Los hijos de Dios han “gustado del don celestial… y asimismo han gustado de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero” (Hebreos 6:4-5). Hemos “gustado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:3). Cuando leemos Su Palabra, ésta es como “miel a nuestra boca” (Salmos 119:103).


Vista - Los no creyentes están espiritualmente ciegos” (Juan 3:3), pero los hijos de Dios tienen visión espiritual que puede discernir las cosas de Dios. Pablo oraba para que los creyentes en Cristo en Éfeso pudieran tener los ojos del corazón abiertos “alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1:18) y Pedro lamentaba el hecho que los creyentes inmaduros tuvieran “la vista muy corta” al punto de la ceguera (2 Pedro 1:9). Cada vez que abramos nuestras Biblias para leer y meditar, deberíamos orar “Abre mis ojos, y miraré Las maravillas de tu ley” (Salmos 119:18).


Salud espiritual

Si pusiéramos el mismo empeño que ponemos en cuidar a la persona interior, la persona escondida en el corazón, que ponemos en cuidar a la persona exterior; si persiguiéramos y cultiváramos la salud espiritual como hacemos con la salud física, entonces seríamos un pueblo más santo y feliz. Los hijos de Dios serían fuertes y la obra de Dios prosperaría en este mundo. Pero somos propensos a cometer el mismo error que los fariseos hicieron en los tiempos de Jesús: cuidamos lo que la gente ve—la persona exterior—y descuidamos la persona interior que sólo Dios ve. Jesús comparaba la vida de los fariseos con el trabajo mal hecho del limpiado de platos. Él dijo:


“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.”

“¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio.”

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.”


Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:25-28).

Cuando estamos más preocupados por nuestra reputación que por nuestro carácter, la vida comienza a corroerse desde adentro; y si nada se hace para parar la decadencia, la vida eventualmente se desmorona.


La palabra española hipócrita proviene de una palabra griega que significa “actor en escena”. Los romanos usaban la palabra personae para nombrar las máscaras que los actores usaban en el teatro de la calle.

Los hipócritas son personas que llevan máscaras y pretenden ser otros que realmente no son. No obstante, para el creyente en Cristo la vida es real y la vida es seria, para el creyente en Cristo lo más importante en la vida no es ver cuánta gente puede impresionar con su reputación sino buscar complacer al Señor mediante la construcción de un carácter benigno.


He aquí una demostración patente de por qué la vida del creyente en Cristo se vive desde adentro hacia afuera: “Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7); “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).


Motivos del corazón

Un tema vital del Sermón de la Montaña es la verdadera justicia de Cristo en oposición a la justicia de los fariseos. Jesús nos indica que el pecado proviene del “corazón” (Mateo 5:21-37). Puedo no matar al prójimo; pero si lo odio, lo estoy matando en mi corazón. Además, la lujuria preconcebida en el corazón es equivalente al estado moral del adulterio.


Por cuanto el pecado tiene su origen en el corazón, la justicia debe venir del corazón (Mateo 6:1-18), y debemos vivir como aquellos que están bajo el ojo vigilante de Dios. Jesús dijo, “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 6:1). En nuestro “dar” (Mateo 6:1-4), “orar” (Mateo 6:5-15) y “ayunar” (Mateo 6:16-18), debemos actuar sólo para agradar a Dios y ganar Su aprobación, sin importar lo que la gente pueda pensar. Es importante que nuestro único motivo sea agradar al Padre que está en los cielos, quien es el único que puede ver las intenciones escondidas en el corazón; así “tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:4, 6, 18).


Fe es vivir sin esquemas. Una vez que comienzo a proyectar, a dibujar mi camino dentro o fuera de una situación dada, sé que no estoy viviendo desde adentro. En lugar de guardar diligentemente mi corazón, estoy engañosamente escondiendo lo que hay realmente en mi corazón y tratando de impresionar a los otros con mi piadosa reputación. Al intentar construir mi reputación con la gente alrededor mío, lo que hago es derribar mi carácter dentro de mí. Así, la tal reputación no vale nada.


El carácter es el pilar fundamental de la vida del creyente en Cristo. No importa lo que podamos poseer—talento, habilidad, dinero, fama, autoridad—si no tenemos carácter, “NO TENEMOS ABSOLUTAMENTE NADA”.

Gradualmente, el poco carácter que se tiene se consume dentro. Así se convencen a sí mismos que pueden evadirse de éste. Como el hombre maligno descrito en Salmos 10, ellos se decían a sí mismos,

“Dios ha olvidado; Ha encubierto su rostro; nunca lo verá” (v.11).

Cuando abandonamos la verdad, no podemos construir carácter. “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo”, clamaba penitente el rey David, “y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría” (Salmos 51:6).


Mentiras inmortales

Mark Twain escribió que había evidencia para probar “que una verdad no es muy difícil de matar y que una mentira bien dicha es inmortal”. Si Twain estuviese en lo correcto, entonces ¿cuáles serían esas “mentiras inmortales” que, cuando son creídas, destruyen el carácter y destrozan las vidas?


Dios no quiere decir lo que realmente Él dice. Esta es la mentira más vieja en la historia de la humanidad; ésta puede verse si regresamos al Jardín del Edén hasta el momento mismo en que Eva estaba siendo tentada por la serpiente (Génesis 3:1-5).


Un viejo pastor le suplica encarecidamente a un hombre que abandone su curso pecaminoso y retorne al hogar con su esposa y su familia. Le muestra versículo tras versículo de la Biblia, sólo para oír decirle una y otra vez, “Esa es su interpretación”. Los versos que el pastor le leía no necesitaban de interpretación alguna pero cuando tú estás buscando justificar tu pecado, “Esa es tu interpretación” es una excusa tan buena como cualquier otra.


Eventualmente, puedo quedar impune. Vivimos en un mundo que no quiere creer ni en la verdad ni en las consecuencias. Mucha gente cree que puede mentir, engañar, robar e incluso matar y no ser llamados para que dé cuentas por sus actos, en esta vida o en la vida por venir. “Y sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Números 32:23) es advertencia para todo el mundo. Dios es misericordioso y de largo sufrir, demorándose algunas veces en la ejecución de una sentencia justa para darle tiempo a la gente para que se arrepienta. Sin embargo, este tiempo puede alentar a la gente a pecar todavía más. “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal” (Eclesiastés 8:11).


Voy hacerlo sólo una vez más. Este fue el planteamiento con el que Satanás abordó al Hijo de Dios: “Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:9). Pero, ¿con cuánta frecuencia debemos desobedecer a Dios para convertirnos en pecadores que puedan cosechar lo que han sembrado? Tal como comer pistachos o papas fritas, disfrutar los placeres del pecado por sólo una vez es bastante difícil.


Siembra un pensamiento y cosecharás una acción.

Siembra una acción y cosecharás un hábito.

Siembra un hábito y cosecharás un carácter.

Siembra un carácter y cosecharás un destino.

Todo el mundo lo hace. Aun cuando todo el mundo estuviera pecando y pudiéramos probarlo, lo cual no podemos, esto no haría los pecados de otros aceptables para Dios o nuestros pecados aprobados por Dios. La Biblia lo declara muy claramente, “No seguirás a los muchos para hacer mal” (Éxodo 23:2).


Puedo reparar los daños de algún modo. El pecado hiere tanto al que lo comete como a la gente conectada al que lo comete—familia, amigos, vecinos. Ninguna cantidad o gesto alguno puede compensar los daños ocasionados. La idea de que las consecuencias del pecado deliberado pueden ser barridas a través de dádivas y el mal recuerdo olvidado, es una idea nacida en el infierno.


Siendo un chaval, un día Leonardo se encontraba en las afueras de su pueblo. Aún hoy Leonardo guarda en su memoria el vívido recuerdo de aquel día. Caminando quedamente por las calles, al lado de sus padres, percibió con claridad el diálogo de dos hombres que discutían en la acera contigua. Aun siendo muy joven, sabía perfectamente de que iba el asunto: uno de los hombres quería entrar en la taberna y el otro le decía que no lo hiciera. “Piensa en tu familia” decía el segundo hombre. “¡Piensa lo que les harás con tu actitud!” Entonces el primer hombre repetía constantemente, “Les compensaré de algún modo”.


Deberíamos grabar, más que en nuestras mentes, en nuestros corazones esta escena de la temprana juventud de Leonardo. ¡Es bueno que sea así! De esta manera, ésta siempre nos estaría recordando que nunca pecamos solos, que siempre de un modo u otro involucramos a otros.

Nadie sabrá al respecto. Pero Dios sí sabrá y a través Suyo tú. Así, tu carácter sabrá acerca de tu pecado y sentirá su asalto mortal. Olvidamos nuestras decisiones pero NUESTRAS DECISIONES NUNCA NOS OLVIDAN. “No te dejes agarrar” pudiera ser el onceavo mandamiento, pero sea que alguien se entere o no de lo que hemos hecho, aún tenemos que pagar por nuestros pecados. La erosión gradual del carácter es la tragedia central de una vida fundada en pecados secretos; y como el árbol que se pudre de raíz, tal vida se derrumbará por cierto.


Vida unificada y simplificada

Cuando vives para agradar a Dios y mantener saludable a la persona interior, descubres que la vida gradualmente se unifica. En lugar de correr de aquí para allá, tratando de hacerlo todo y complacer a todo el mundo, tú tranquilamente enfrentas los retos de cada día sin sentirte partido en pedazos, sin sentirte desunido. Viviendo así, encuentras que es mucho más fácil tomar decisiones ya que la vida está centrada en una sola cosa: “buscar primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33).


Al mismo tiempo, la vida se simplifica: ¡Qué precioso regalo del Altísimo en este complejo y severamente ocupado mundo en que nos toca vivir! Las actividades que una vez eran muy importantes, ahora aparecen triviales; y encontramos que realmente no necesitamos las posesiones que “teníamos que tener”. Thoreau decía que una persona es rica en proporción al número de cosas que no podía comprar, y Jesús le dijo a Marta que “sólo una cosa es necesaria” (Lucas 10:42). Cuando tú cultivas la persona interior y vives para glorificar a Cristo, tus valores cambian y tus prioridades cambian con ellos.


Sin transformarte en un estoico, descubres que las circunstancias no te enervan tanto como solían hacerlo y todo eso que la gente dice o hace no te preocupa como ocurría antes. Así, experimentas lo que Pablo escribió en Filipenses 4:11: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”. La palabra griega que traduce “contento” significa “contenido, auto suficiente, adecuado”. Los creyentes en Cristo orientados a cultivar la persona interior son auto suficientes debido a que son Cristo suficientes. Su fuente de fortaleza proviene del inmutable Cristo viviendo dentro de ellos, no de los cambiables recursos del mundo y de la gente a su alrededor.

Las personas que dependen de las circunstancias y de otros para obtener la fortaleza que necesitan para mantenerse alertas estarán constantemente frustrados y preocupados, tal como el piloto que vuela un avión cuyo tanque de gasolina está vacío y que no tiene ni tiempo ni espacio para recargarlo. Pero las personas que dependen de Jesucristo para activar y motivar su persona interior tienen toda la idoneidad que necesitan para cada circunstancia de la vida.


He aquí un excelente versículo, ideal para su memorización y práctica: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8).

¡El Señor tenga a bien bendecirles!

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”

Juan 10: 26-28

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