Aquellos que están familiarizados con la Palabra de Dios son conscientes de que el capítulo 53 de Isaías y el Salmo 22, nos dan un relato mucho más vivo de la crucifixión de Cristo, que el que se pueda encontrar en cualquier otra parte de la Biblia. Esta afirmación podría sorprender a muchos que están acostumbrados a pensar que sólo los cuatro Evangelios describen el triste episodio de la terrible muerte del Hijo de Dios. Ahora, si usted examina cuidadosamente el relato de los Evangelios, podrá descubrir que allí sólo se presentan algunos eventos relacionados con la crucifixión, y que la crucifixión propiamente dicha es descrita con una reverente moderación.
El Espíritu Santo ha corrido un velo de silencio sobre la cruz, y ninguno de los detalles escabrosos, son expuestos para que el populacho curioso se recree mirándolos en detalle. Se dice que esa multitud brutal que le dio muerte a Cristo Jesús, estaba sentada observándole. A usted y a mí no se nos permite unirnos a dicha multitud. Incluso ellos no vieron todo lo que ocurrió porque Dios colocó sobre la agonía de Su Hijo el manto de la oscuridad. El arte nos ha representado detalles de Su muerte, con un terrible realismo. Pero, usted y yo probablemente nunca lleguemos a saber, aun en la eternidad, la intensidad de Sus sufrimientos. Ninguno de los redimidos llegará jamás a conocer cuán profundas fueron las aguas que Él tuvo que cruzar, ni cuán oscura fue la noche por la cual tuvo que pasar el Señor, antes de poder hallar a esa oveja que se había perdido.
Es muy probable que Dios no haya querido que nosotros llegáramos a estar familiarizados con aquello que no necesitábamos saber. No quiso que nosotros tratáramos como algo común y corriente aquello que era tan sagrado. Debiéramos recordar constantemente el peligro de familiarizarnos demasiado con las cosas santas. Dice Isaías 52:11, "Purificaos los que lleváis los utensilios del Señor".
El profeta Isaías, 700 años antes de que el Señor naciera, nos permitió ver algo de Sus sufrimientos que no encontraríamos en ningún otro lugar. Pero antes de continuar, deberíamos hacer una pausa para responder a una pregunta que alguien podría formularse: "¿Cómo sabe usted que Isaías se estaba refiriendo a la muerte de Cristo? Porque Isaías escribió 700 años antes del nacimiento de Cristo". Bueno, ésa fue la pregunta del eunuco etíope cuando Felipe se subió a su carruaje en el desierto. El etíope estaba regresando de Jerusalén y se dirigía hacia su propio país, y estaba leyendo el capítulo 53 de Isaías. El relato de los Hechos 8:32 nos dice incluso el lugar exacto en que estaba leyendo.
Este hombre era un alto funcionario del gobierno de Etiopía. Estaba cruzando el desierto con ciertas comodidades, seguramente leía protegido por algo que le proporcionaba sombra y tenía un chofer que conducía el carruaje.
Cuando el etíope leyó Isaías 53:7 y 8, su pregunta a Felipe fue: "Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo o de algún otro?" (Hechos 8:34). ¿Cómo podemos estar seguros de que se refería al Señor Jesucristo en este capítulo 53? Escuchemos la respuesta de Felipe en el versículo 35 de Los Hechos 8: "Entonces Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús".
También en Juan 12:38, Cristo mismo citó de Isaías 53 e hizo la aplicación a Sí mismo. Y el apóstol Pablo en Romanos 10:16 citó de este mismo capítulo en relación con el Evangelio de Cristo. Estimado oyente, la Biblia no deja dudas con respecto a que Isaías 53 se refiere a Cristo. Y más aún que ello, este capítulo es como una fotografía de la Cruz de Cristo cuando Él estaba muriendo en ella.
Los primeros nueve versículos nos hablan sobre el sufrimiento del Salvador. El resto de este capítulo comenta la satisfacción del Salvador.
Usted encontrará que estos dos temas están unidos; nos referimos al sufrimiento y a la satisfacción. El sufrimiento siempre precede a la satisfacción. Demasiadas personas están tratando de tomar un atajo hacia la felicidad, intentando evitar las experiencias difíciles de la vida. Estimado oyente, no hay un sendero corto para obtener la satisfacción. Ni siquiera Dios siguió una ruta corta. Jesús podía haber evitado la cruz y aceptado la corona. Ésta fue la sugerencia de Satanás. Pero el sufrimiento siempre viene antes que la satisfacción. Los modos de comunicación peculiares a un idioma siempre utilizan varias expresiones sobre esta realidad, como por ejemplo: "a través de las pruebas hacia el triunfo"; "la luz del sol se encuentra después de las nubes"; "la luz sigue a las tinieblas" y "las flores brotan después de la lluvia". Ésta parece ser la forma en que Dios hace las cosas. Y ya que es Su método, es entonces el mejor camino. Quizás usted, estimado oyente, se encuentra hoy rodeado por las sombras de la vida. Está enfrentándose a las pruebas, los problemas le agobian, su experiencia actual se parece a un horno encendido, y usted ha probado el sabor amargo y no el dulce. Si ése es su caso en este preciso momento, entonces permítame animar su corazón y reforzar su fe diciéndole que usted se encuentra en el mismo sendero que Dios recorrió, y que finalmente conduce a la luz si usted camina con Él. Recuerde las palabras del Salmo 30:5: "El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría".
Ahora examinemos el contenido de este capítulo 53 de Isaías, que comienza con una pregunta un poco enigmática. Leamos el primer versículo, que comienza el párrafo titulado
El sufrimiento del Salvador
"¿Quién ha creído a nuestro anuncio y sobre quién se ha manifestado el brazo del Señor?"
Otras versiones traducen "a quién se le ha revelado el poder del Señor". Parecería que el profeta aquí estaba presentando una queja, porque su mensaje no era creído. Aquello que se le había revelado a él no era recibido por los hombres, y esta actitud formaba parte de la triste tarea del profeta. Cuando Dios llamó a este hombre Isaías en el capítulo 6 de su libro, le dijo: "Tú recibirás un mensaje que la gente no va a oír. Cuando les trasmitas mis palabras no te creerán". Y por cierto que ésa fue la experiencia de Isaías.
Los mensajeros de Dios no han sido recibidos con los brazos abiertos por el mundo. Los profetas han sido lapidados, y su mensaje desobedecido, y eso es cierto también en el día de hoy. Después de la primera guerra mundial, cuando todos estaban hablando acerca de la paz y la seguridad, era algo muy impopular incluso sugerir que pudiera estallar otra guerra. En ese entonces la opinión pública demandaba que se hundieran todos los buques de guerra, y que los países procedieran a un desarme total, porque los líderes mundiales de la época decían que el mundo era ya un lugar seguro para disfrutar de la democracia. En ese período había unos cuantos profetas de Dios, ocupando los púlpitos de las Iglesias.
Ellos declararon en términos inequívocos, que no dejaban lugar a dudas, que la Palabra de Dios había dicho que habría guerra y rumores de guerra mientras hubiera pecado, mientras existiera la injusticia y el mal en el mundo. Indicaban que la guerra no era una enfermedad superficial, sino una dolencia del corazón, y tenían razón. Y sus predicciones se confirmaron cuando comenzó la segunda guerra mundial. En nuestro tiempo, ante la realidad de la carrera armamentista, por parte de muchos ya existe un gran escepticismo ante la capacidad del ser humano para vivir en paz en este mundo, mientras que otros se dejan arrastrar por otras ilusiones y utopías. Y así, aunque la mayoría permanece en la indiferencia y otros corren tras utopías que ya se han puesto en evidencia como impracticables, los que difunden la Palabra de Dios continúan proclamando el mensaje de la salvación, como el único mensaje de esperanza que existe en la actualidad, advirtiendo sobre la importancia de un retorno a Dios antes de que sea demasiado tarde.
Nosotros estamos abrumados por la amplia respuesta a nuestro programa de enseñanza Bíblica por radio. Pero de vez en cuando se nos recuerda que nos encontramos hoy en un mundo que rechaza a Cristo. Con todo, hay algunos que aún prefieren que no se les recuerde las miserias actuales de la sociedad, que se enfatice la realidad del pecado y la maldad humanas, porque creen que la humanidad se encuentra en un proceso de progreso y las cosas no andan tan mal como parecen. Reacciones como éstas y otras similares, simplemente sirven para recordarnos que nos encontramos en un mundo que rechaza a Cristo y que debemos aceptarlo como es y continuar nuestra tarea, alegrándonos de la audiencia que nos honra con su confianza. Y es cierto que hay voces proféticas que están tratando de despertar a las personas para que regresen a Dios antes de que sea demasiado tarde.
Pues, bien, el apóstol Pablo decía que el mensaje de la cruz era una locura para los que se pierden. Y, por las ideas que se expresan públicamente, nosotros podemos saber que hay muchos para quienes la predicación de la cruz es anticuado, inadecuado y ofensivo para una época de supuesto progreso intelectual. Para esas personas, este mensaje es un desafío, una demostración de hostilidad, pero existe una razón para que piensen en la forma en que lo hacen. El apóstol Pablo dijo en 1 Corintios 2:14: "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente". Sería bueno que muchos le dieran a Dios una oportunidad de hablarles.
Pero también debemos recordar que Dios no utiliza los métodos ni las formas de actuar del hombre para lograr las cosas.
Dios escoge lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos, y lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios. Si cuando estamos enfermos llamamos a algún especialista, no esperamos que esta persona utilice los mismos métodos de la casa o remedios caseros que nosotros utilizamos; sus procedimientos quizá nos confundan o perturben nuestros esquemas, pero nosotros seguiremos sus instrucciones fielmente. ¿No sería justo, entonces, otorgar a Dios el mismo margen de confianza que le damos a un especialista?
Pero también nosotros tenemos que decir como el profeta Isaías: "¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo del Señor?"
Hay una razón muy concreta por la cual los hombres no creen en el evangelio de Dios. A los hombres les gusta pensar que Dios está sentado en algún lugar de los cielos, en algún trono elevado. Los antiguos hablaban de sus dioses cuyas moradas no estaban junto a las de los hombres. Los griegos colocaban a sus deidades en el Monte Olimpo, y los romanos tenían a Júpiter lanzando rayos desde las almenas de las nubes. Es algo extraño al campo de la religión el que Dios haya venido a esta tierra a vivir entre los hombres, el que haya sufrido sobre esa cruz vergonzosa. Eso es demasiado como para poder comprenderlo. La mente contemporánea lo llamaría derrotismo y no le interesa. Una deidad que sufre es contraria al pensamiento del hombre.
Sin embargo, amigo oyente, hay una fascinación peculiar algo en cuanto a este capítulo 53 de Isaías. En él vemos a alguien sufriendo de una forma tal como ninguna otra persona sufrió. Allí le vemos sufriendo de una manera muy intensa. Sentimos una extraña atracción hacia Él y Su cruz.
En Juan 12:32, Él dijo:" Cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo". El sufrimiento tiene una atracción en particular. El dolor hace que nos unamos. Cuando usted y yo vemos a una pobre criatura gimiendo en la miseria y cubierta de sangre, nuestros corazones instintivamente expresan compasión por esa víctima desafortunada. De alguna forma queremos ayudarla. Ésa es una de las razones por la cual la Cruz Roja nos resulta tan atractiva y tiene tanta aceptación. Sentimos una gran compasión por las víctimas de guerra, o por las víctimas de la barbarie civilizada del siglo XXI. El dolor nos coloca a todos en el mismo nivel. Es un vínculo común que une a todos los hijos débiles de la humanidad que sufre. Es por eso, amigo oyente, que le invitamos ahora a contemplar con nosotros los extraños sufrimientos del Hijo de Dios. Permitamos que Él atraiga a nuestros fríos corazones hacia el calor de Su sacrificio y el resplandor de Su amor.
Isaías entró en detalles sobre su primera pregunta, preguntando además: "¿sobre quién se ha manifestado el brazo del Señor?" Esta frase contiene la idea de que Dios se ha arremangado, lo cual es símbolo de una acción tremenda. Cuando Dios creo los cielos y la tierra, se sugiere que aquello fue simplemente la obra de sus dedos. Por ejemplo, el salmista dijo en el Salmo 19:1, "Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos". La frase "obra de sus manos" significa literalmente "la obra de sus dedos". El Dr. Talmage solía decir que Dios creó al universo físico sin ningún esfuerzo. Él simplemente habló y existieron. Y, cuando Él descansó en el séptimo día, no es que estuviera cansado. Simplemente acababa de finalizar la creación; ésta estaba completa ni siquiera estaba cansado.
Pero cuando Dios redimió al hombre, fue necesario que Él desnudara su brazo, porque la salvación fue su mayor tarea. Una de las objeciones que se presentan a la salvación de Dios es que ésta es gratuita. Ahora, si por ello se quiere decir que para el hombre es gratuita, entonces es correcto. El hombre no puede pagar nada, ni tiene nada que ofrecer por la salvación. La razón por la cual es gratis para el hombre, es que a Dios le costó todo. Hablando figurativamente, tuvo que desnudar su brazo, entregó a Su Hijo para morir sobre la cruz. La redención es una tarea infinita que sólo Dios podía llevar a cabo. La salvación es gratuita, pero con toda seguridad, no es barata.
Aquí tenemos ante nosotros a la persona de Cristo. Se nos dice algo acerca de su origen en cuanto a Su humanidad. Leamos el versículo 2:
"Subirá cual renuevo tierno delante de él, como raíz de tierra seca. No hay hermosura en él, ni esplendor; lo veremos, mas sin atractivo alguno para que lo apreciemos."
Cristo fue una raíz de tierra seca. Eso quiere decir, que en el momento del nacimiento de Cristo, la familia de David había sido eliminada en cuanto al reino se refería. Sus descendientes ya no eran príncipes, eran campesinos. La nación de Israel estaba bajo la dominación romana.
No eran libres. El imperio romano no produjo una gran civilización. Sus ciudadanos eran simplemente buenos imitadores de grandes civilizaciones. Sus logros fueron mediocres, y tenían una pseudo-cultura. El fundamento moral había desaparecido. La virilidad y la feminidad virtuosas habían sido reemplazadas por una ciudadanía depravada y amante del placer. La religión de Israel había ido a menos. Ellos simplemente realizaban un ritual vacío de significado espiritual y sus corazones permanecían insensibles, indiferentes. Tal era la situación cuando vino Cristo. Él procedió de una familia noble que había sido puesta a un lado, de una nación que había llegado a ser vasallo de Roma, y en una época decadente. Y así, la flor más hermosa de la humanidad brotó en el lugar y el período más seco, estéril, de la historia del mundo. Era humanamente imposible que su día y su generación le produjeran, pero sin embargo Cristo vino, porque provenía de Dios.
La paradoja de la venida de Cristo al lugar al cual Él llegó podría ilustrarse con nuestra experiencia personal si camináramos por un desierto, en una zona que carece totalmente de agua y de pronto nos encontramos con una hermosa planta, que tiene una hermosa flor. Nos sorprenderíamos mucho y nos preguntaríamos cómo una flor tan atractiva pudo nacer y crecer en semejante lugar. Nos parecería un milagro. Bueno, la venida de Cristo ocurrió de esa manera. Humanamente hablando Él no podría haber surgido de Su generación. La evolución no tiene cabida entre sus supuestas normas al Señor Jesús, porque nunca podría producir a Jesús. Así que Él fue totalmente diferente a su entorno. Él fue una raíz que brotó en la tierra seca.
Ahora, el profeta, dirigió nuestra atención inmediatamente al sufrimiento y a la muerte en la cruz. La frase siguiente del versículo 2 dice: "No hay hermosura en él, ni esplendor; lo veremos, mas sin atractivo alguno para que lo apreciemos". De este pasaje algunos han deducido que Cristo era poco atractivo y de alguna manera, deformado. Incluso otros se han atrevido a sugerir que su apariencia personal era repulsiva de alguna forma. Esto no puede ser cierto porque Él era el hombre perfecto, y los evangelios no apoyan en absoluto estos puntos de vista. Fue sobre la cruz que esta declaración en cuanto a Él se convirtió en una verdadera realidad. Su sufrimiento fue tan intenso que Él quedó demacrado y desfigurado. Lo que sucedió en la cruz no fue hermoso ni estético; fue algo repulsivo para la vista. Los seres humanos han diseñado cruces que tienen un aspecto muy atractivo, pero esas obras no representan Su cruz. Su cruz no era algo agradable para observar; Sus sufrimientos fueron indescriptibles; Su muerte fue horrible. Él soportó lo que ningún otro ser humano tuvo que soportar. Ni siquiera tenía un aspecto de ser humano después del trato brutal a que fue sometido y de la terrible experiencia de la cruz, como vimos en el capítulo anterior.
Naturalmente, estamos ansiosos por saber por qué Su muerte fue diferente y horrible. ¿Cuál es el significado de las profundidades de Su sufrimiento? Bueno, leamos el versículo 4, de este capítulo 53 de Isaías:
"Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios!"
La frase "azotado. . . herido y afligido por Dios" nos hace pensar que quizás el profeta temía que usted y yo llegáramos a perder el significado de esta situación, y entonces mencionó la misma idea dos veces más en este pasaje; en el versículo 6 dijo: "Mas el Señor cargó en Él el pecado de todos nosotros". Y más adelante, en el versículo 10 dijo: "El Señor quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento". Nuestras almas se llenan de consternación cuando reconocemos que fue Dios el Padre quién trató al hombre perfecto en forma tan terrible.
Francamente, nosotros no lo comprendemos, y esto nos lleva a preguntarnos por qué Dios le trató de tal manera. ¿Qué había Él hecho para merecer tal trato? Miremos por un momento a la cruz. Cristo estuvo sobre esa cruz seis horas, colgado entre el cielo y la tierra, entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde. En las primeras tres horas el hombre hizo con Él lo peor que podía hacer. Le colmó de ridículo e insultos, le escupió, le golpeó, le clavó sin misericordia en esa cruz cruel, y, luego, se sentó para ver cómo moría. A las doce del medio día, después de tres horas de agonía, Dios puso un velo sobre el sol, y la oscuridad cubrió esa escena, ocultando del ojo humano la transacción entre el Padre y el Hijo. Cristo se convirtió en el sacrificio por el pecado del mundo. Dios hizo de Su alma una ofrenda por el pecado.
Él fue tratado como pecado, porque se nos dice que Él, que no tenía pecado, fue hecho pecado por nosotros. Si usted quiere saber si Dios odia al pecado, mire a la cruz, amigo oyente. Si usted quiere saber si Dios castigará el pecado, mire al hijo de Su corazón soportar las torturas de su castigo. ¿Por qué vana presunción podemos usted y yo escapar si no aceptamos una salvación tan grande? Aquella cruz se convirtió en un altar, en el que contemplamos al Cordero de Dios quitando el pecado del mundo. Él estaba muriendo por alguien. Él estaba muriendo por usted y por mí, amigo oyente. Estaba siendo nuestro sustituto, para recibir el castigo de nuestro pecado. Estimado oyente, oramos para que abra su corazón a la influencia del Espíritu Santo, y sienta la necesidad de aceptar el perdón y la salvación que Cristo logró para usted en la cruz.
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