TEXTO: Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Santiago 1:23-24 (Reina Valera 60).
INTRODUCCIÓN
¿Cuántos viven hoy olvidados de sí mismos, o sin siquiera conocerse? La Biblia, según este versículo es un espejo. ¿Y para qué sirve un espejo? Para ver nuestra cara y saber cómo somos. Así como el espejo refleja nuestro rostro, la Biblia nos dice cómo somos en realidad, con la diferencia de que, mientras el espejo refleja nuestra fisonomía exterior, la Palabra de Dios refleja nuestro ser interior.
Y así como las personas tienen diferentes actitudes frente al espejo, también hay diferentes actitudes frente a la palabra de Dios.
EL NARCISISTA
Es el que se ve en el espejo con excesivo amor de sí mismo. La Biblia dice que debemos amarnos a nosotros mismos, pero, apunta el apóstol Pablo “Digo…a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura” (Romanos 12:3 RV60). El término narcisismo proviene de un mito griego, según el cual, el joven Narciso, que nunca había visto su propia imagen, al contemplarla reflejada por el agua de un estanque, se enamoró de tal manera de ella que ya no quiso apartarse de allí, hasta que cayó de cabeza en el estanque y se ahogó. El narcisismo se describe como “amor a la imagen de sí mismo”, y puede llegar a ser un trastorno de la personalidad caracterizado por que “el paciente sobrestima sus habilidades y tiene una necesidad excesiva de admiración y afirmación”. Otras características del narcisista son “egoísmo agudo y desconsideración hacia las necesidades y sentimientos ajenos”.
De la misma manera, hay personas que se acercan a la Palabra de Dios, pero con excesivo amor de sî mismos, de modo que creen verse reflejadas en ella pero sin mancha ni pecado. La imagen que ven de sí mismos es una imagen distorsionada y alejada de la imagen que la Biblia realmente refleja de ellas. Por eso, todos los versículos que hablan de pecado sólo los utilizan para juzgar a los demás, pues no ven en la Palabra de Dios reflejados sus propios pecados. Son personas que se creen perfectas y utilizan la Biblia solo para autoexaltarse, creyéndose un gran ejemplo de todos los dones y virtudes de que la Biblia habla. Todos sus testimonios son solo de las grandes cosas que han logrado en su vida personal y de lo mucho que han hecho para Dios.
Según ellos, ningún versículo relativo a pecado les es aplicable, por cuanto consideran que siempre han sido buenos. Algunos de ellos han tomado en serio y creído el argumento del movimiento Palabra de Fe según el cual, como Dios es rey y nosotros sus hijos, somos príncipes y por tanto, tratamiento y honores de príncipes se nos deben. Sin embargo, igual que el narcisista patológico, estas personas sobrestiman sus cualidades y tienen una necesidad excesiva de admiración y afirmación; además, son egoístas y desconsideradas con las necesidades de los demás. El narcisista es legalista, pero sólo le aplica la ley a quienes le rodean, pues, al igual que el fariseo de Lucas 18:9-14, se cree un perfecto cumplidor de la ley. En verdad el fariseo de este pasaje es un perfecto modelo de narcisismo. Veamos como encaja enteramente en la descripción del narcisista. Dice el evangelista que los destinatarios de la parábola “confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros”, (como puede comprobarse en pasajes como Juan 7:49). En otras palabras, sobrestimaban sus habilidades y eran egoístas y desconsiderados con las necesidades de los demás.
Pero el narcisista no ve que lo que el espejo de la Palabra Divina refleja realmente en esta parábola, es su propia imagen. Igual que el Narciso del mito griego, los narcisistas acaban de cabeza, ahogados en el agua de su propia arrogancia y egoísmo. Por eso, la Biblia reprende el narcisismo, como veremos a continuación.
El concepto dado arriba del narcisismo lo describe como amor a la imagen de sí mismo. Veamos lo que Dios dice al respecto. En Amós 6:4-6, El Señor reprende el narcisismo de los israelitas de aquel tiempo, que se habían vuelto arrogantes, egoístas, amantes de los placeres e insensibles a los problemas y necesidades de los demás. Qué terrible será para ustedes -les dice- que se dejan caer en camas de marfil y están a sus anchas en sus sillones, comiendo corderos tiernos del rebaño y becerros selectos engordados en el establo. Entonan canciones frívolas al son del arpa y se creen músicos tan magníficos como David. Beben vino en tazones llenos y se perfuman con lociones fragantes. No les importa la ruina de su nación. Las personas a las que se refiere el pasaje sobrestiman sus habilidades, creyéndose músicos tan magníficos como David.
El narcisista se cree el mejor de todos, sea músico, pintor, cantante o lo que sea, y es autocomplaciente consigo mismo, no quiere dejar de satisfacer ninguno de sus deseos. Amós describe aquí al empresario, que, mientras él esté bien, a sus anchas en sus sillones, comiendo bien y disfrutando los placeres y comodidades que le permite su condición de acaudalado, no le importa para nada que otros pasen necesidad, pues se ha vuelto insensible para las necesidades de los demás, por eso no le importa la ruina de su nación. En verdad más parece que estuviera hablando del tipo de empresario que abunda hoy en nuestra nación.
A su alrededor hay desempleo, pobreza y desnutrición, gente que muere de enfermedades curables pero cuya pobreza no le permite pagar servicios médicos ni comprar medicamentos, y si acude a los servicios públicos tampoco encuentra la atención que necesita. Pero a él esto no le importa, no le interesa porque cree que no es asunto suyo. Para eso están los funcionarios, funcionarios a los que él mismo ha llevado a donde están, financiando sus campañas políticas. La reprensión de Dios que Amós hizo resonar en los oídos de sus contemporáneos, resuena también hoy para este tipo de empresario narcisista, sea cristiano o no cristiano. El espejo de la palabra de Dios refleja su imagen verdadera y la rechaza, llamándole al arrepentimiento.
El narcisista se cree muy importante y cree que se le deben prerrogativas, honores y privilegios. Los discípulos de Jesús, por ignorancia, pues era algo que aún no habían comprendido, hasta que el Señor se los explicó en aquella ocasión, comenzaron a discutir sobre quién era el más importante, como dice en Lucas 9:46-48. El Señor les hace ver que “El más insignificante entre ustedes es el más importante”. Y en varias ocasiones les repite que “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será exaltado” (Mateo 23:12; Lucas 14:11; Lucas 18:14), de lo cual el mismo Señor fue ejemplo singular, al humillarse ante quienes lo acusaron y lo crucificaron injustamente, “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre”(Filipenses 2:9 RV60).
Y es lamentable, pero vemos que entre evangélicos el deseo de ser importante y enaltecerse es muy común, por lo que no es raro que el narcisismo abunde en nuestras iglesias. En estos versículos sobre exaltación y humillación, les gusta lo de la exaltación, pero no quieren pasar por la humillación. Además, la exaltación que les gusta y que buscan es la de los hombres, no la de Dios. A Jesús Dios lo exaltó, no los hombres, y fue por haberse humillado hasta lo sumo, no porque el Señor haya buscado ser exaltado, sino porque hizo la voluntad del Padre. El Señor Jesús, el Unigénito del Padre, verdadero y real príncipe, que tenía todos los derechos para ser tratado como tal, ni reclamó ni buscó ser tratado como príncipe, sino que se dedicó a servir con humildad, y siempre exhortó a sus discípulos a servir de la misma manera. Pero ahora algunos de los predicadores del movimiento Palabra de Fe le dicen a usted que reclame sus derechos, que debe usted sentirse un príncipe y andar por ahí con la arrogancia de ser hijo de un rey.
Hoy muchos llegan a las iglesias a buscar protagonismo, no van en busca del Señor ni en busca de una mejor vida espiritual, ni mucho menos buscando servir, aunque aparentemente, por lo que dicen, quieren servirle a Dios, pero lo que en realidad buscan es protagonismo, son narcisistas que cuando están ante el espejo de la Palabra de Dios, no ven la imagen de un pecador necesitado de misericordia, sino la imagen de un príncipe en busca de corona. Y lo que les espera, según la Biblia, es la humillación, no de parte de los hombres sino de Dios, porque la corona que los cristianos buscamos y debemos buscar no es de este mundo, ni nos será impuesta por hombre alguno, sino por Dios, si hacemos su voluntad.
EL QUE TEME AL ESPEJO
Hay una gran variedad de reacciones y de actitudes cuando estamos ante un espejo, que tienen su paralelo cuando estamos ante la Palabra de Dios. Mientras al narcisista le gusta verse en el espejo porque está enamorado de su imagen, hay personas a las que no les gusta verse en el espejo. También esta actitud puede llegar a ser una enfermedad mental en casos extremos. La enfermedad se llama catoptrofobia o eisoptrofobia. Las personas que la padecen “Temen mirar a los ojos en los espejos grandes, especialmente los de cuerpo entero o espejos mayores. Las personas que sufren de catoptrofobia evitan pasar por delante de los espejos. También evitan mirarse a sí mismos en los espejos.”. Estas personas no pueden evitar mantenerse alejadas de los espejos. Así también hay personas que no quieren saber nada de la Biblia ni del Evangelio.
Prefieren mantenerse alejados de la Palabra de Dios porque saben que este espejo espiritual reflejaría sus pecados. Son personas que aman el pecado, saben en cierto modo que lo que hacen no está bien, pero no quieren que nadie les diga que es pecado. Hay personas que cuando se les presenta el evangelio responden que prefieren quedarse con la religión que practican porque esta supuestamente les permite más libertad. Recuerdo a una persona que decía, con la religión que tengo puedo chupar y mujerear, pero si me hago evangélico ya no podría hacer esas cosas. Saben que si se ponen frente al espejo de la Palabra de Dios, esta reflejaría inmediatamente sus pecados, y aman los pecados que practican, por eso prefieren quedarse como están.
En las mismas iglesias evangélicas hay gente a la que no le gusta oír palabra de Dios, sólo les gusta cantar y danzar, y prefieren los mensajes que sólo hablan del poder de Dios y de los medios por los que se puede conseguir manejar o manipular ese poder. Más bien no rehusan escuchar Palabra de Dios pero prefieren solo ciertas porciones de ella. Al igual que algunos de los enfermos de catoptrofobia, temen verse de cuerpo entero en el espejo de la Palabra. Sólo quisieran ver en el espejo las partes de sí mismos que no reflejen su miseria espiritual. Por esto también hay quienes prefieren no estudiar la Biblia aunque tengan oportunidad para hacerlo, pues temen que entre más profundicen en ella más son las cosas que tendrían que cambiar en su vida. Otros temen también que si estudian la Palabra podrían descubrir que algunas de sus creencias y de las cosas que practican están mal, y no quieren abandonarlas porque les gustan.
CONCLUSIÓN
Ahora bien, permítame preguntarle: ¿Cómo es la actitud suya ante la Palabra de Dios? ¿Está usted enamorado de su propia imagen? ¿Cree usted que su conducta es perfecta, que nunca resbala ni tropieza como los demás? ¿A quién ve cuando está ante el espejo de la Palabra, a un ángel, a un demonio, a un príncipe, a un siervo? ¿O teme usted enfrentarse a ese espejo y lo evade? ¿Evade todo lo que pasa a traer su pequeño mundo, ese mundo en el que usted manda y no permite que nadie, ni Dios entre, porque lo considera una intromisión? ¿Teme verse en el espejo porque sabe que ha vivido engañándose a sí mismo, diciéndose que en su mundo todo está bien como está, pero sabe que el espejo le devolvería una imagen muy distinta de la que usted tiene de sí mismo?
En este día y hora, ahora mismo, está usted recibiendo un llamado para pararse de cuerpo entero frente a la Palabra de Dios y someterse al escrutinio del Altísimo. El Señor le hace hoy un llamado a conocerse a sí mismo mediante su Palabra. No es usted ni un ángel ni un demonio, sino un ser humano, sometido como tal a la misma condición que todos los descendientes de Adán y Eva. Todos pecaron, dice el Apóstol Pablo, y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23 RV60), por lo cual tanto usted como yo y como todo el mundo, estamos necesitados de la misericordia y de la gracia de Dios. El espejo de la Palabra de Dios refleja su imagen tal como usted es, pero no para que usted abomine de sí mismo, sino para que usted reconozca su condición y su necesidad de redención. Dios lo invita a mirarse en el espejo, y luego ver hacia arriba, a lo que Dios gratuitamente le ofrece para cambiar la imagen inmunda de un ser hundido en el pecado, sumido en la oscuridad, por la de una persona nueva, cubierta por la sangre de Cristo y rodeada por la luz de su gracia. Entonces no temerá usted ya pararse frente al espejo de la Palabra, para que esta paulatinamente le vaya perfeccionando hasta llegar a la imagen de Aquel que le salvó.
Ni narcisismo ni miedo a la Palabra, sino amor de sí mismo igual al que le debemos al prójimo, y amor por la Palabra de Dios porque es el espejo que nos refleja para perfeccionarnos.
El resumen y conclusión de todo es que Cristo le espera con los brazos abiertos, pero tiene usted que conocer y reconocer su condición de pecador, de mendigo espiritual, para que Él le perdone sus pecados y lo tome de la mano por los caminos de perfeccionamiento que Él hizo para que anduviéramos en ellos.
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