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  • Foto del escritorPalabra de verdad

La cruz de Simón de Cirene

Las grandes decisiones y los grandes “hombres y mujeres” delante de Dios son los que hacen las cosas más sencillas y las hacen bien.


En una sociedad que adora a las personas que copan las portadas de los medios de comunicación, Dios tiene sus primeras páginas reservadas para otro tipo de héroes.

Un hombre descendía de su trabajo bien entrada la mañana. Había salido a trabajar al amanecer, y todos sus pensamientos se concentraban en la necesidad de llegar pronto a casa y comer con su familia.


De pronto ve una gran muchedumbre y duda. No sabe si seguir por dónde va, lo que le llevará directamente al centro de los gritos y el revuelo, o dar un pequeño rodeo para no verse mezclado en todo aquel tumulto. En la duda sigue adelante y piensa que no merece la pena perder más tiempo intentando evitar a un grupo de personas demasiado exaltadas.


Conforme se va acercando comienza a cambiar de opinión, porque el número de personas aumenta cada momento que pasa. La turba tiene su origen en un simple hombre galileo, le dicen, que a duras penas puede mantenerse en pie mientras sube al lugar llamado “La calavera” cargando con una cruz. Cuanto más se acerca, más asombrado queda, y menos entiende lo que está pasando.


Simón era un hombre trabajador, no tenía tiempo para ver ejecuciones públicas ni para interesarse en las noticias de los últimos días.


Sólo quería trabajar, ayudar a su familia y seguir su camino. Los soldados le vieron pasar, y comprendieron que era un hombre fuerte, esforzado... pensaron que tenía la fortaleza necesaria para ayudar a llevar la cruz del llamado rey de los judíos.


Casi sin tiempo para pensarlo ni para tomar una decisión, Simón de Cirene, se encontró muy adentro de aquel tumulto de pasión y odio. La cruz que cargaba el nazareno está ahora sobre sus propias espaldas. Ellos, los romanos, los que siempre mandan, obligan y desprecian al pueblo, son los que se lo han pedido. Comprobaron que las espaldas de Simón estaban muy acostumbradas a llevar cualquier tipo de peso, y sus manos encallecidas demostraban su lealtad inquebrantable al trabajo duro. Le obligaron a llevar la cruz del condenado, y Simón no pudo hacer nada.


Simón quería seguir con sus planes y su trabajo. A nadie le gusta que le coloquen una cruz en los hombros, aunque sea de manera circunstancial y momentánea. Quiso oponerse y decir que no, pensó en gritar o escapar corriendo, pero algo más allá de su propia voluntad le arrastró a los pies del maestro para recoger el madero y mirar durante unos segundos interminables el rostro de quién iba voluntariamente a la muerte.


Mientras sube el camino al Calvario, Simón contempla una y otra vez a aquel llamado Maestro de Nazaret, cuyas palabras y hechos había escuchado pasar de boca en boca por todo el pueblo.


“Cuando le llevaban, tomaron a un cierto Simón de Cirene que venía del campo y le pusieron la cruz encima para que la llevara detrás de Jesús. Y le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por El” Lucas 23:26-27

“Y cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene llamado Simón, al cual obligaron a que llevara la cruz” Mateo 27:32


Conforme pasa el tiempo, y a medida que empieza a descubrir las razones por las que el tal Jesús ha sido condenado, el corazón de Simón comienza a cambiar, casi sin darse cuenta.

El cansancio, el sudor y en cierta manera, la sorpresa de ese momento no le dejan meditar en lo que está pasando. Jesús de Nazaret, el llamado Maestro, ha sido declarado culpable no se sabe muy bien de qué delito, y ahora camina despreciado, escupido, insultado y llorado al mismo tiempo. Simón le ve y no puede dejar de admirarse: Aquel de quien tantas veces había escuchado hablar, marcha ahora a su lado, un poco más descansado por no tener que llevar la cruz, pero soportando los desprecios que nunca antes nadie había soportado.


Los minutos se hacen interminables, en parte por el peso del madero, pero sobre todo por la sensación cada vez más creciente de que aquel ser humano que va con él es algo más que un líder religioso. Cada gesto del Señor, cada palabra, cada momento es examinado con todo el corazón por Simón, el hombre fuerte y leal que, conforme va pasando el tiempo, cree encontrarse en el momento más importante de su vida.


Subir la vía dolorosa al lado del Salvador no dejó impasible a Simón. De ninguna manera. No sabemos si intentó hablar con el Señor o pedirle explicaciones sobre su crucifixión; tampoco conocemos si Jesús tuvo la oportunidad de decirle algunas palabras o en algún momento le miró como antes había hecho con tantos otros que le siguieron.


El Mesías subía azotado, herido, burlado, humillado, cansado. Cualquier otro en su lugar se habría revelado contra su “destino” y habría aceptado una de las dos salidas más buscadas: la resignación o el odio. Jesús no lo hizo. Si durante su vida supo reaccionar de una manera trascendental en los momentos más difíciles, ahora, momentos antes de morir, El Salvador acepta con gusto el sufrimiento, el dolor y el escarnio. Eso asombró tanto a Simón, que dejó de pensar en todo lo que le rodeaba para poner toda su mirada en el Señor. Comenzó a no preocuparse por sus necesidades o su cansancio, sino por querer ir lo más cerca posible del nazareno.


Simón oyó la conversación con las mujeres, cuando ellas lloraban desesperadamente al ver a su Salvador herido, y Jesús les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mi….” (Lucas 23:28) Simón escuchó admirado el perdón del Señor, el cariño, la dulzura, la ayuda, la preocupación por los demás. Simón vio como casi todos se burlaban de Jesús, le escupían y le empujaban; como blasfemaban al verle y gritaban contra El…


Cuando llegaron a lo más alto y el Señor fue crucificado, Simón vio como el Mesías renunciaba al vino y la mirra para amortiguar el dolor. Eso le impresionó. Él era un hombre fuerte, que conocía el cansancio y el sufrimiento del trabajo, así que se preguntó: ¿Quién es este que, al borde de la extenuación quiere sentir TODO el dolor, sin disimularlo en absoluto? Cuando le clavaron en la cruz, Simón olvidó sus planes y su deseo de volver pronto a casa. Se quedó allí por unos momentos. Debía descansar un poco, la ascensión por la vía dolorosa cargando aquel madero le había dejado casi exhausto a pesar de su fortaleza y su valor.


Cuando los soldados romanos clavaron las manos y los pies del Señor, y le alzaron, soltando las cuerdas con las que colocaban la cruz en su lugar, con una frialdad propia de quienes están acostumbrados al escarnio y el dolor ajeno, Simón no salió de su asombro. Las primeras palabras que el crucificado exclamó no fueron una queja interminable y lógica. Tampoco una maldición contra aquellos que le quitaban la vida, aunque tenía todo el derecho a hacerlo. No, lo que Jesús exclamó a gran voz fue: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34)

Nadie esperaba esas palabras. Muy pocos las entendieron, y mucho menos Simón, que había llevado una parte ínfima del sufrimiento y oía como el Señor perdonaba a sus enemigos. Si a él le había dejado exhausto la subida al calvario llevando la cruz ¿Cómo podía pedir perdón el que era condenado?


Cada momento que pasaba, cada palabra que escuchaba, hacía crecer en Simón la admiración, el respeto y el cariño por el crucificado. Puede que se quedara al pie de la cruz para ver como terminaba todo. Puede que le escuchase preocuparse de los suyos, de Juan y de María; quizás le oyó gritar el dolor del desamparo de Dios. Quizás estaba allí cuando Cristo entregó su Espíritu y clamó que todo se había cumplido.


Cuando Simón volvió a casa, vio como la tierra se oscurecía y temblaba con la muerte del llamado Mesías. Sólo él sabe lo que pasó por su mente en esos momentos, sólo Simón podría explicarnos qué fue lo que transformó su corazón: si la mirada del Mesías, sus palabras, su entereza ante la muerte, o la reacción de la propia naturaleza. El caso es que Simón jamás volvió a ser el mismo.


La Biblia nos enseña que creyó en el Señor, él y su familia.

Marcos nos da algunos detalles que sólo se conocieron más tarde. Dios quería que nos diéramos cuenta de que siempre hay una razón para todo, y en este caso lo más importante no es la razón sino las consecuencias... “Y obligaron a uno que pasaba y que venía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y Rufo, a que llevara la cruz de Jesús. Le llevaron al lugar llamado Gólgota, que traducido significa: Lugar de la Calavera” Marcos 15.21-22

Simón era el padre de Alejandro y Rufo. Nadie los conocía en el momento en el que el Señor subía el camino al calvario, pero ellos dos sí eran muy nombrados en la comunidad romana dónde Marcos escribió el evangelio. El apóstol Pablo nos muestra un detalle importante en la historia de la familia cuando escribe “Saludad a Rufo, escogido en el Señor, también a su madre y mía” Romanos 16:13


La madre de Rufo había sido como una madre para Pablo cuando toda su familia le abandonó por causa del evangelio. Seguro que esa mujer y su marido Simón le explicaron al antiguo perseguidor del Mesías muchas cosas sobre la cruz, porque Pablo escribió: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” Gálatas 2:20.


La cruz de Cristo fue clave en la vida de Pablo, porque lo fue en la de Simón de Cirene y su familia. No fueron los soldados los que obligaron a Simón a cargar con la cruz, fue Dios mismo el que movió los hilos de la historia, porque estaba buscando a Simón y a su familia. Los amaba y por eso escogió a Simón para que cargase la cruz. Dios, en sus deseos eternos, quería que alguien le explicase a Pablo lo que había sucedido en la crucifixión de su Hijo, paso a paso. Y escogió a Simón para acompañarle.


Dios quiere enseñarnos lecciones trascendentales a cada uno de nosotros: Cuando Él nos busca, hay que obedecerle. No hay otra salida. Aunque en principio parezca un inconveniente o una obligación lo que Él nos pide, o aunque no entendamos lo que está ocurriendo. Dios escoge a quién aparentemente no tiene importancia, un hombre que trabaja en el campo y que no conoce casi nada del evangelio, para que sus hijos sean columnas de la iglesia y toda la familia ayude de una manera trascendental y única a Pablo.


Cada vida tiene un valor supremo para Dios, y nosotros no podremos comprenderlo hasta que no aprendamos a verlo todo desde el punto de vista de Dios. Lo máximo que nosotros llegamos a comprender es lo que ocurre en una vida, Dios ve mucho más allá: cada decisión que tomamos tiene repercusiones eternas. Cada acto de obediencia nuestro, por muy simple que parezca, queda escrito en la eternidad.


Para llevar la cruz de Jesús, Dios escogió a una de las pocas personas que no se había burlado de su Hijo. Simón no fue sanado. Quizás no escuchó las enseñanzas del Señor, ni vio alguno de sus milagros. Puede que jamás supiese que Jesús resucitó muertos, ni hubiera tenido la oportunidad de contemplar como el mar le obedecía… Pero Dios le llevó al camino de la cruz porque lo escogió. Le "obligó" a ver la ternura del Mesías en los últimos momentos de su vida.


Dios tiene un propósito para nosotros, ¡Todos somos especiales para Él! Dios nos utiliza aunque no hayamos tenido las oportunidades de otros. Dios puede usar incluso a nuestros enemigos para que cumplamos su voluntad: Fueron los romanos quienes obligaron a Simón a llevar la cruz. No debemos quejarnos cuando no comprendemos una situación, porque Dios estará detrás de lo que ocurre. Nada escapa a sus planes, no existen las coincidencias o la suerte. Dios sabe que un solo encuentro con Jesús transforma la vida para siempre.


Hoy hay muchos Simones a quienes Dios encarga una misión. A veces podemos creer que son personas sin mucho valor, pero son transcendentales para el Maestro. De ellos depende que el evangelio llegue a todo el mundo. Ellos van a ser los que ayuden y fortalezcan las vidas de muchos "Pablos". A veces Dios nos encarga una misión, y nosotros la seguimos casi "a regañadientes"... sin saber que el mundo entero depende de que seamos leales a esa misión.

Porque no fue por casualidad ni por suerte que Simón fue el primero en seguir al pie de la letra las palabras del Señor Jesús. Dios le llamó y nos sigue llamando a nosotros para que como Simón hagamos la voluntad de Dios. Nos llama a seguirle de una manera muy sencilla y clara. Las grandes decisiones y los grandes “hombres y mujeres” delante de Dios son los que hacen las cosas más sencillas y las hacen bien.


Así, vivimos entusiasmados con lo que hacemos, por muy poca importancia que creamos que tiene nuestro trabajo… Recuerda, “Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame” (Marcos 8:34).

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